martes, 10 de noviembre de 2020
Cuentos ganadores 8° Concurso de Cuento Corto U.N. en la Web - Voces UNAL
lunes, 5 de octubre de 2020
Listado de los cuentos
Magically de Luis David Libreros Ponce
UN OVNI de Andrés Otaya Burbano
Receta para gusanos en el estómago de Valentín Marín Jaramillo
Eterna divagación de Sara Sofía Reyes Villamil
Matarifle de Elkin Dario Quintero Morales
El cruento Adiós de Carlos Daniel Corredor Salcedo
Proyecto Cenotafio de Simón Tirado Posada
Mi Primera Vez de Ricardo Ramírez Naranjo
Campo tenue de Catalina Carrillo Guzman
Visiones en el prado de Johanan Ramos Loaiza
Velada en la biblioteca de Daniel Felipe Martinez
Sombra perpetua de Alejandra Zapata Tamayo
Naranja de Laura Gaviria Vargas
Decanatura del lavado UN de Juan David Suaza Vasco
Perspectivas traspuestas de Santiago García Rendón
¿Y por qué quieres ser Científica? de Paula Andrea Ruiz
Maria Antonia de Cristian Camilo Hidalgo García
De noche todos los gatos son pardos de Oscar David Rojas
Eternidad de Pedro Luis Berrio Ramírez
Las alas transparentes del ayer de Luz María Arrieta
Cita en el parque de Eduardo Yáñez Canal
El sentido de lo común de Jhon Alexander Ríos García
Pañuelos para llorar después de bordar de Carlos Andrés Cardona
Pequeño dictador de Juan David Martinez Jaramillo
A mi altura de Jhoana Ronceria Alba
Incertidumbre de todos los días de Lorena Padilla
La Escuelita de Natalia Restrepo Restrepo
De lo evidente y otras conexiones inexplicables de María Fernanda Cardona
Método de Andrés Silva Duque
Preludio de Juan David Rosas Cabrera
Resiliente de Laura Alejandra Flórez Gómez
El otro campus de Mauricio Ardila Londoño
Falta erotismo para ser un cuento ganador de Edwin Gabriel Avella
Alteración previa de Mariana Arango Preciado
Un día inconcluso de Fabián Castrillon Rivera
Labyrinth de María Camila Badillo Montoya
Un día ordinariamente absurdo de Santiago Arias
Liberación de Daniel Alexis Zambrano Castro
El umbral de Carlos Andrés Valencia Peláez
Se busca de Juan Manuel Zapata Uribe
Recuerdos de agronomía de Manuela Valencia Gil
¡Oh, Toño! de Jenny Alejandra Upegui Pajarito
El arcoíris del bloque 21 de Daniela Rico Gutiérrez
Metros de altura de José David Padilla Carvajal
Viaje peregrino hacia el reino divino de Kevin Santiago Jiménez
Al encuentro de los mitos de la selva de Paula Janeth Barrientos
Preexistencia de Luz Dinora Vera
Animalidad de Edison David Ramírez Serna
Sobre las hojas tendido de Joan Botero Lenis
Estancias y encuentros de Luis Janier Molina Ramírez
Ansiedades de martes de Mateo Salazar Hoyos
El principio y el fin de Valentina Sánchez Cañas
El momento de parar de Manolo Ramirez Ramirez
lunes, 28 de septiembre de 2020
El momento de parar de Manolo Ramirez Ramirez
Mi cavilación se perdió al ser tocado mi hombro, rompiendo mi estado de concentración. El Chapo, con sus pintas civiles. Un blue jean fibroso, una camiseta de letras rugosas y tonalidad clara, los cuales no tenían conexión con sus tenis siendo prietos y de líneas carmín. ¡Y ni hablar de los cercos, flacidez y tono
champán de su piel! Gracias al consumo de sustancias psicoactivas, junto a su renuencia a dejarlas.
Lo saludé y procedió a tomarme de la muñeca para llevarme hasta debajo del puente. Allí pude ver la cantidad colosal de rostros encapotados. Algunos valientes se mostraban con verdad, unos solo sabían gritar, mientras que se dejaban llevar por saltos, pidiendo la aprobación prescindible de autos estancados por aquel plantón post meridiem de algún jueves.
Aún recuerdo aquel presagio que sería cubierto por la personificación de Helios que deseaba marcar en mi piel su temperamento.
La multitud era increíble. Sentía como las arengas académicas conseguían liberar parte de lo que el régimen tenía subyugado en mí. Estábamos ocupando los dos carriles de la Autopista, que debería ser un cementerio debido a todos los accidentes en 2019. Estábamos los vivos y los muertos en aquella manifestación. Todo seguía su nivel de perfección, puesto que los vientos llevaban mi voz, y la de todo aquel presente, desde el norte hasta el sur.
El chapo sacó de su bolso dos pañuelos para lo que yo pensaba como un modo de reducir, el temblor de mis dedos. La rugosidad del paño hizo posible atármelo fácilmente, olvidándome de su tonalidad oscura, sumado al arte mandálico, mal pago. Lo importante era que estábamos ahí, mostrando que sí se puede salir en paz y que sí se le puede informar al pueblo la inconformidad.
Salimos unas ocho personas a la Primera Línea. Mis ojos vislumbraban cómo los árboles y el pasto se movían por el viento, que soplaba a nuestro favor. Adicionalmente, unos hombres con un atuendo que solo la Parca misma podría propiciar, asesinos de 34 civiles para finales de 2019…
Se mueven lento por el peso de la sangre…
Solo saben escuchar órdenes, más no pensar.
Tratan de aplacar al pueblo que deben cuidar.
La ineptitud actual se llama ESMAD.
La paz se vio turbada por una tanqueta, que se menosprecia en fotos y quieta; sin embargo, verla venir hacia mí fue la situación más fuerte que ha estremecido mi vida. El acto se vio adicionado por el humo que solo puede tapar a un criminal. Traté de retroceder, pero el chapo me detuvo y dijo: —de aquí nadie se va, es el único modo de cambiar la mierda de realidad—.
Por un momento detuve mi razonar y noté que no me podía importar la forma de opresión estatal, pues yo y los que estaban allí estábamos preparados para luchar.
El principio y el fin de Valentina Sánchez Cañas
Presentamos el examen el 16 de septiembre de 2018 lastimosamente mi amiga no paso pero yo si lo hice, al ver lo mal que se sintió decidí no tomar el cupo; decidimos comenzar a estudiar inglés y nos presentaríamos de nuevo a la universidad esta vez ella paso y yo no, me sentí muy triste pero me alegre por ella. Mientras ella hacia todo lo de los papeles para mi suerte me llego un correo de la universidad donde me decían que estaba habilitada para escoger un programa curricular, aquel fue uno de los momentos más felices de mi vida.
Mi amiga me ayudo con todo pero ella no se emocionó mucho por ello, el 16 de septiembre de 2019 entramos a la universidad ella a ingeniería de control y yo a ingeniería agrícola, las dos conocimos muchas personas pero ella en específico conoció a un muchacho y me lo presento, no era un hombre muy bonito pero era un ser humano muy interesante tenía una belleza poco convencional para desgracia o fortuna las dos terminamos enamoradas del mismo hombre, era inevitable sentir los celos de la una cuando él hablaba con la otra ello fue un completo desastre nadie me había cautivado de tal manera, por mi parte decidí arriesgarme porque ella tenía un romance secreto con un hombre que le doblaba la edad aunque lo hablamos nuestra amistad se fracturó; luego de unos días su romance sintió celos de mí y le
dio a escoger entre él y yo, yo decidí alejarme porque yo siempre trate de darle lo mejor de mí y yo no soy una opción, ella por su parte nunca me busco al poco tiempo encontré a mi amor besándose con otra chica y allí termino todo, luego me entere que mi amiga decidió dejar la ingeniería por la psicología.
Aunque paso todo eso fue un gran primer semestre, conocí muchas personas, crecí en varios sentidos, aprendí muchas cosas y aunque algo de mí se fue, empezó un momento grandioso aquel donde comencé a construir mis sueños y ello es muy valioso, aprendí que cuando uno deja ir algo siempre le llegan mejores cosas, además nunca imagine estar donde estoy hoy, la universidad sin duda alguna me ha convertido en una mejor persona por eso es el principio del fin.
Ansiedades de martes de Mateo Salazar Hoyos
A su alrededor los impetuosos estantes y las mesas atestadas de estudiantes buscando aprobar el próximo parcial. Sus amigos le hablaban, él sonreía, y con su mirada atendía a cada uno de ellos, con una ternura que solo en sus ojos había logrado ver. Suspiré. ¿Era esto el “enamoramiento” del que comentan o solo una interpretación vaga de mi parte?
Era ya una costumbre, suya y mía, aunque más mía que suya, encontrarnos producto de la “casualidad” todos los martes a eso de las 4:00 en la Efe. Habíase convertido en un hábito el pasar mis tardes entre pasillos de hojas y esencias de tintas, ojeando la imponente cúpula en el techo desde mi pequeña silla marrón, preguntándome si sería el momento adecuado para platicarle. ¿Me odiaría si supiese que solo voy a la Efe para verle? No me alcanzarían los dedos para contar las veces que hesité en acércame y presentarme, posponiendo el inevitable encuentro que tarde o temprano yo suscitaría.
Pero tal vez hoy sí. Tal vez hoy sería el día en que me tragaría esta vergüenza, áspera e incómoda, y buscaría fuerzas suficientes para levantarme de mi silla y dirigirme hacia la suya, saludarle con un gesto y pronunciar mi nombre. O tal vez no. Tal vez el próximo martes sea más prudente, al fin y al cabo hoy se le ve ocupado. Sí, muy ocupado. Ocupado del tipo: “si me hablas perderé mi concentración y me molestaré eternamente con vos”. Definitivamente el próximo martes. Suspiré derrotado.
6:40p.m. Mi oportunidad se había ido con el sol. Una tarde más de martes nadando entre anhelos fugaces y pensamientos divagantes. Mi taller vacío, de nuevo. Esquivé con desgana pero con talento el laberinto de mesas en el que estaba inmerso. Bajando los escalones con un desdén impasible devolví la mirada, y sin advertirlo le vi, dirigiéndose con prisa… ¿hacía mí? Pánico. ¿Qué había ocurrido? ¿Me habría descubierto observándole? Comprobé, escrutando mis alrededores, que no se tratara de algún delirio de importancia al cual me habría adjudicado título. —¡Mateo! —Pronunció mi nombre su voz—. Indudablemente era yo. Mil dudas se plantaban y comenzaban a deslizarse por las mangas de mi camisa a manera de escalofríos.
Todo se detuvo.
Se posó enfrente de mí con su sonrisa cordial y su actitud de empatía imbatible, tan propias de él y tan ya conocidas por mí. Soltó una pequeña risa silenciosa que en
cualquier otro contexto habría pasado inadvertida, y con una leve expresión de vergüenza disimulada me extendió su mano: “dejaste tu carnet en la mesa”.
Estancias y encuentros de Luis Janier Molina Ramírez
Pienso que no hay amor a primera vista, creo que es más factible pensar que existe un impacto a primera vista, alimentado en la conversación. Pese a pensar así, me fijé en ella sin haber cruzado palabras, y la observé con curiosidad. Se llevó mi atención en el Coliseo Polideportivo durante la inducción, era linda, pero la situación chocaba con mis votos de monje-estudiante.
Como pude comprobar con el paso de los meses, en nuestro Taller del bloque 24, Anairam era una buena chica, buena estudiante y con una sonrisa radiante, la veía con sus amigos en las escaleras exteriores de la facultad, me divertían sus expresiones y su figura rolliza era un sano deleite para mis ojos, cada vez me gustaba más, y lo más importante, la admiraba, vi en ella aspectos que quería esculpir en mí, era disciplinada, extrovertida, transparente y parecía segura de sí misma. Me enamoré de ella.
Ese semestre y el siguiente busqué las excusas que pude para hablarle, pero mi lengua ágil para los malos chistes no lograba ni eso en su presencia. Le pedí prestada su bitácora aunque no la necesitaba, y se la devolví con una chocolatina como agradecimiento en El Ágora. También dejé que notara que la miraba con frecuencia (en realidad era muy evidente). En una ocasión cual caballero al rescate, victorioso defendí sus argumentos proyectuales ante la negativa del profe, aunque luego descubriría al dragón de su novio.
Hallé a mi acosador interior y presté atención a sus horarios, la vi varias veces llegar desde la portería de Coca-Cola y dirigirse bajo los árboles al bloque de Ciencias Humanas, decidí que era el lugar indicado. Vacilé por semanas, pero finalmente la embosqué una mañana antes de su clase de inglés. Me acerqué a su mesa en el pasillo del segundo piso, hablamos trivialidades y al despedirse, la retuve: “Tengo algo para ti”, le dije. Aún vacilante, saqué de mi morral una carta escrita a mano en un sobre rojo que hice con materiales de una maqueta. “¿Te gusta leer no es así?”, comenté, al tiempo que la ponía en sus manos. Le escribí sobre mí, mis experiencias y mis gustos, como pienso, y como siento, como me siento por ella. Le expresé en varias páginas mi admiración, mi difícil pero decidido respeto a su relación, y Táctica y estrategia de Mario Benedetti. Ante su expresión desconcertada me alejé con una sonrisa tan triunfal como nerviosa. ¿Y qué crees? Lo que sigue es otro cuento.
Sobre las hojas tendido de Joan Botero Lenis
Hoy tampoco sé si será en vano, sólo sigo recorriendo ese camino que es testigo de mis búsquedas infructuosas, ese que me ha atrapado entre arbustos buscando las risas a las 5:40 cuando todavía hay tiempo; el mismo que ha visto a la mirada escabullirse de mis ojos para posarse en cada rama, en cada hoja que va y viene; algunas se han caído y paso sobre ellas como ojos sobre libros. Creo que es su sonido al viento lo que me los recuerda. Recuerdos, parecieran serlo, pero no lo he vivido.
Trato de concentrarme en mi camino. “Hay acera, sendero y pavimento y pasos de niños que vibran en el suelo”. Me parece inútil que traten de negarlo. Y aunque acepten que en verdad ha ocurrido, yo les sostengo que ahora mismo está ocurriendo. Y si a media travesía sólo huele a parva, para mí hay ecos de café. Cómo explicarles que ando creyendo ver abrazos, vislumbrando bajo faroles lo que sólo danza en mi cabeza, pues dicen que eso no pasa cuando hay clase de seis. Pero sí danzan, cantan y recitan: reverbera aún el guión tras el telón caído. Parece que el pasado juega a ser el presente en un escenario oculto. Tantas respuestas encontradas que se han ahogado las preguntas. Sueños alcanzados, melodías entonadas, saludos y hasta luegos, trasnochadas que aprendieron a dormirse, llanto que rio al medio día y alegría que sollozó al caer la tarde; para miedos y preocupaciones árboles que saben brindar paz. De tantas páginas abiertas, todas se han ido con el viento. Y sin embargo todavía están aquí, victoriosas porque aún no las encuentro. Más ya todo ha sido visto, cada rincón observado.
Ahora el suelo es blando y con cada paso mío crujen sus hojas secas. Más fuerte, cada vez más fuerte, como diciéndome que no esculque más las guaduas, porque tampoco están ahí. Pero no les creo nada. Sigo buscando, entre cada guadua. Las fuerzo, las someto. Las del frente, las de atrás. Por dentro, por fuera. Una vez y otra por si acaso. Nada. Otra vez nada. Y el amanecer que llovizna sobre mi cara parece corroborarlo.
No las veo pero sé que están ahí, ya no susurran pero las puedo oír. Me rindo, como una nube que se rinde en lluvia y cae sobre las hojas. Cierro los ojos y sonrío suavemente. Al fin y al cabo siempre fueron más veloces… Sí, creo que son ellas. La Universidad y sus voces.