jueves, 10 de septiembre de 2020

El sentido de lo común de Jhon Alexander Ríos García


Era una tarde cálida en la que el sol se despedía en su lenta marcha, coloreando el campus de la universidad con su luz de brillantes y diversos tonos. Aquella calidez me abrazaba mientras caminaba pensando en números, fórmulas matemáticas y algunas ideas de psicología que había leído. No sabía por qué, pero, tras mis ojos, las cosas tenían un matiz diferente, y me sentí extraño al admirar aquello a lo que antes no prestaba gran atención. ¿Quizá había sido porque me tomé muy enserio las frases de motivación que leía? Aún no lo sé.


Por alguna razón, me senté en una de las escalas ubicadas a la salida de la biblioteca. Desde allí observaba todo el ambiente que generaban las personas que pasaban frente a mí. De pronto, un impulso iluminó mi mente y dije en voz baja: “No son sólo personas, son historias andantes que en sus mochilas guardan los sucesos que llenan de sentido a sus vidas.” Esa idea me inquietó. Entonces me levanté de mi asiento y, como un extraño en el lugar, empecé a caminar sin ningún rumbo observando todo de manera muy atenta. A lo lejos, en la parte alta del ágora, pude ver a mi amigo y me acerqué para contarle lo que me estaba sucediendo.


Estando junto a él, levanté mi mirada y vi, en el cielo despejado, a varios pájaros que con su vuelo creaban patrones, curvas suaves y circunferencias perfectas. Fue una experiencia de verdadera práctica de mi conocimiento, y ahora la alegría llenaba todo mi cuerpo. Levanté mi mano con un movimiento rápido y, señalando hacia el cielo donde los pájaros aún trazaban curvas, le explique a mi amigo lo que había visto. Él, luego de hacer una mueca extraña, me entendió y dijo: “¿Vamos a conversar donde siempre lo hacemos?” Asentí con la cabeza y fuimos juntos.


Al llegar al sitio que buscábamos, en el prado frente a la facultad de ciencias, me sorprendí. La luz de aquella tarde hacía que aquel árbol, lugar casi espiritual para nosotros, pareciera un gigante iluminado por la divinidad de un dios sin nombre, un gigante que nos recibía con los brazos abiertos como si fuéramos sus hijos. Y nosotros, asistiendo al llamado, nos sentamos en su regazo, donde nos sentimos tranquilos para seguir viendo la verdadera realidad que se ocultaba ante nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario