lunes, 28 de septiembre de 2020

Estancias y encuentros de Luis Janier Molina Ramírez

Hay encuentros que te enseñan y otros que te inspiran. Salía de una relación de tres años cargada de mentiras y condimentada por la drogadicción de mi pareja, tras su segunda infidelidad, finalmente tuve valor para dejarla, de ella aprendí lo que es amor propio a la luz de su ausencia. Tras algunos años de inestabilidad económica y emocional, o huevonada; de pie y orgulloso por haber entrado a la Universidad Nacional, me sentía optimista, incluso el corazón me sorprendió dispuesto a sentir amor otra vez, demasiado pronto quizás.

Pienso que no hay amor a primera vista, creo que es más factible pensar que existe un impacto a primera vista, alimentado en la conversación. Pese a pensar así, me fijé en ella sin haber cruzado palabras, y la observé con curiosidad. Se llevó mi atención en el Coliseo Polideportivo durante la inducción, era linda, pero la situación chocaba con mis votos de monje-estudiante.

Como pude comprobar con el paso de los meses, en nuestro Taller del bloque 24, Anairam era una buena chica, buena estudiante y con una sonrisa radiante, la veía con sus amigos en las escaleras exteriores de la facultad, me divertían sus expresiones y su figura rolliza era un sano deleite para mis ojos, cada vez me gustaba más, y lo más importante, la admiraba, vi en ella aspectos que quería esculpir en mí, era disciplinada, extrovertida, transparente y parecía segura de sí misma. Me enamoré de ella.

Ese semestre y el siguiente busqué las excusas que pude para hablarle, pero mi lengua ágil para los malos chistes no lograba ni eso en su presencia. Le pedí prestada su bitácora aunque no la necesitaba, y se la devolví con una chocolatina como agradecimiento en El Ágora. También dejé que notara que la miraba con frecuencia (en realidad era muy evidente). En una ocasión cual caballero al rescate, victorioso defendí sus argumentos proyectuales ante la negativa del profe, aunque luego descubriría al dragón de su novio.

Hallé a mi acosador interior y presté atención a sus horarios, la vi varias veces llegar desde la portería de Coca-Cola y dirigirse bajo los árboles al bloque de Ciencias Humanas, decidí que era el lugar indicado. Vacilé por semanas, pero finalmente la embosqué una mañana antes de su clase de inglés. Me acerqué a su mesa en el pasillo del segundo piso, hablamos trivialidades y al despedirse, la retuve: “Tengo algo para ti”, le dije. Aún vacilante, saqué de mi morral una carta escrita a mano en un sobre rojo que hice con materiales de una maqueta. “¿Te gusta leer no es así?”, comenté, al tiempo que la ponía en sus manos. Le escribí sobre mí, mis experiencias y mis gustos, como pienso, y como siento, como me siento por ella. Le expresé en varias páginas mi admiración, mi difícil pero decidido respeto a su relación, y Táctica y estrategia de Mario Benedetti. Ante su expresión desconcertada me alejé con una sonrisa tan triunfal como nerviosa. ¿Y qué crees? Lo que sigue es otro cuento.

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