miércoles, 9 de septiembre de 2020

Las alas transparentes del ayer de Luz María Arrieta García

Miércoles, ¿Qué color tendría la mañana de aquel profesor?, la palabra era suya, su presa, no existía nada más, su voz era el único eco en aquel auditorio y en aquellas mentes distraídas y frenéticas que intentaban con gran esfuerzo entender e ignorar los fuertes sonidos intestinales que cada vez ocupaban más espacio. 

Allí me encontraba yo, divagando los últimos minutos y esperando esa despedida inminente pero lejana a mi percepción; eran las 11:38 am, por fin el profesor inició su tan acostumbrado rito de despedida, cerrar su agenda, borrar el tablero y guardar sus marcadores para partir, así fue, todos se abalanzaron hacia la puerta. Luego de dos meses, los rostros de mis compañeros eran tan familiares como desconocidos. 

Me apresuré a calentar el almuerzo, la fila era larga, no bastaba con tener paciencia, tenía que apresurarme a encontrar un lugar, se llegó el momento y todo estaba ocupado, así que decidí ir a las banquitas, al frente de aquella estatua en la que me senté tantas veces y de la que no recuerdo su nombre, allí frente al ajedrez me hice a un lugar para disfrutar de la comida. 

Todas las sillas estaban ocupadas, una al frente de la otra, todos ignorando la existencia del otro. Mientras comía observaba un colibrí, concentrada y extasiada en aquel animalito me interrumpió un chico, y me dijo: - ¿Puedo sentarme?, - Claro, respondí inmediatamente. Pasaron algunos minutos, la intención era clara, ignorarnos, él comía un delicioso combinado de Parmenio, o bueno, al menos así se veía. Seguía con mis ojos aquel colibrí y decidí preguntarle, - ¿Alguna vez has visto las alas a un colibrí en vuelo?, aquel chico me sonrió y se dispuso a tratar de descubrirlas en aquel pajarito dispuesto frente a nuestros ojos. 

Nunca me respondió, solo seguimos conversando, él estudiaba arquitectura y yo zootecnia, él era blanco como la nieve y yo puedo decir combinaba con el color de la tierra. Nos despedimos, me dijo su nombre, Emilio y cada quién siguió su camino.

Algo pasó aquel día, algo cambió, como cuando el río alcanza el mar, los bordes de su propio cauce se separan tanto que ya no hay límites, así me sentí, al mezclar mis palabras con las suyas regresé a mí cauce y se me abrió un mar. Me asusté, no tenía su contacto, el azar lo trajo a mí y así en medio de azares podría no volverlo a ver. 

Al siguiente día, luego de clase volví a sentarme en el mismo lugar, en la misma banca, a la hora del almuerzo, con la esperanza de verlo de nuevo; lo vi llegar, esta vez sin preguntar, se sentó a mi lado y me sonrió. Durante varios meses nuestros mundos se encontraban al medio día para almorzar, sin premeditación, para leernos, para reírnos y para burlarnos del destino que sin forzarlo así nos juntó. 

Hoy, luego de siete años, luego de todos los besos y los planes, de todos los días y las noches que coincidimos y nos abrazamos, ya no lo veo y ya no me habita, no intentamos más, no vimos nunca las alas del colibrí.

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