Efe pidió dos tintos en el lugar de siempre, uno para él y el otro también, pagó con billete de cinco y guardó el vuelto sin revisar; después se enterará si a la humanidad se le pueden confiar al menos unas cuantas monedas. Cuidándose de no hacer charcos equilibró ambas manos hasta el techo del Ágora, descargó ambos vasos, se sentó en el suelo y sacó su libreta negra. Alzó la mirada y pensó "esta ciudad es un hueco donde irónicamente los que viven más arriba son los que más están hundidos", dio un sorbo y escribió a modo de título "Enero" y prosiguió:
Hola, ¡Qué lindo es verte y tocar tu mano! Solía llamar quimera a la astucia de besarte sin estar, regaba yo con mi saliva esas flores que crecen en tu boca, era primavera, lo sé; lo sé porque anidaban mariposas en tu pelo, tenías el sol en la mirada y yo un ocaso en mis mejillas. Tú volabas en las alas de mi voz mientras en viento arpegiaba en tus pestañas, de cuando en cuando nos envolvía un sublime silencio, pero era paraje y no descenso.
Desde entonces han desfilado tristemente las corolas que inadvertidamente crecieron frente a mi ventana, dónde hoy la inconsolable lluvia humedece los troncos desnudos, deslizo el telón haciendo mutis. Yazco yerto sobre el tieso algodón:
Una aureola santificaba mi pecho
Floral alfombra muere dónde naces tú
Nívea intensa como nuestros cuerpos
Cegadora hacía esta bendita luz
Blanda carne moldeaban mis dedos
Suave como nube de este cielo azul
Cuál diosa te admiro y yo nazareno
Me muero de amor clavado en tu cruz.
Hizo un garabato que según él era su firma, dio otro sorbo y espiró como desechando una enorme carga, jamás pensó escribir todo esto de un solo tirón. "¡Vaya!, lo he escupido todo- dijo Efe para sí- ¿qué debo hacer ahora? ¿Fumar? ¿Fundirme en las estrepitosas risas de ingenieros?" Cerró los ojos para evitar todo tipo de ceguera queriendo encontrar un alma desesperada igual que la suya, pero solo encontró parciales, rentas sin pagar y unos cuantos estómagos vacíos; todos esos espasmos numéricos no tenían que ver ni de cerca con ese encontrar y volver a buscar propio de su hastío; dos tintos para uno es estar solo, no compartir dolor con nadie, es soledad. Un inmenso azul se tendía sobre él, profundo, profundo, "Oh- exclamó Efe- ¡cuán grandes son estos cercos que separan tu inmensidad de este limitado tedio!, quisiera mirar y mirar, pues hoy busco algún consuelo que en tus nubes no he de hallar”. Tras decir esto se embutió lo que quedaba.
Eran las seis menos cuarto, recorrió con su mente el camino desde el Ágora hasta el cuarenta y seis: mirada fija al final del pasillo, después de ir al baño lanzar furtivas miradas a la dueña de este escrito, subir escaleras y entrar a clase. Volviendo en sí guardó su libreta, hizo encajar el vaso lleno sobre el otro y se puso de pie; todavía quedaba un tinto, había un gran camino por delante.
Pichula escritora
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