lunes, 24 de agosto de 2020

Velada en la biblioteca de Daniel Felipe Martinez Gamboa

Aún veo al profesor mirarme complacido al levantarme tan rápido del puesto y entregarle las hojas del primer parcial de contratos, pero veo más clara aún la decepción en su rostro cuando adivinó en mis ojos la desidia con la que se afrontan las causas perdidas, como lo eran ese pequeño arrume de hojas cargadas de todo, menos de conocimientos.

Afortunadamente para mí, el descalabre con el tema de las notas fue general, por lo que la mayoría comenzó a cancelar sus planes de socializar las siguientes semanas para enclaustrarse en la biblioteca. Eran buenas noticias ya que desde el momento mismo en que anunciaron la apertura de la biblioteca 24 horas el plan para compensar mi terrible falta de valentía se formó en mi mente, sólo me faltaba encontrar un grupo de estudio.

Pero mi dicha, no era por el estudio, era por la posibilidad de que ella estuviera casualmente en ese mismo grupo. Casualidad que no pude haber ejecutado de mejor manera, aparecí por el costado justo cuando entre sus más cercanos se fraguaban los detalles y la fecha, y el chiste sobre la posible necesidad de proveerse de sacos de dormir, me permitió una entrada casual y más bien divertida a la discusión. Sin darme cuenta ya estaba dentro y el martes previo al parcial, pernoctaríamos en torno al código civil.

La velada se perfilaba ideal, la posibilidad de pernoctar en el campus y no como consecuencia de un viernes cultural salido de madres, no dejaba inquieto a mi niño interior, que años atrás soñaba con pasar así fuera una noche de acampada con sus compañeros en el colegio; el plus de la presencia de ella y las infinitas posibilidades que eso traía, no hacían sino darme una visión harto placentera del derecho privado.

Alrededor de las 8 fuimos llegando al segundo piso de la biblioteca, que estaba particularmente fría esa noche; me sonreí de haberme equipado del saco de dormir y sabiendo que ella llegaría tarde, comenzamos a estudiar. Yo copiaba los puntos clave que mis compañeros señalaban, y asentía serena y sobriamente con los debates que planteaban siendo bastante inútil en el proceso pero resguardo en el arte vástago que es la
retórica vacía.

El corazón se me trepó a la garganta cuando reconocí su cabello crespo subiendo las escaleras, para mi dicha los ángeles habrían querido que la silla libre fuera justamente la de mi izquierda. La incomodidad que sentí después debió ser precisamente mi corazón bajando de la garganta al culo, cuando vi que arrastraba tras de sí los crespos de su pareja, quien muy amablemente se presentó, mientras se sentaba a mi izquierda.

El resultado de mi plan no fue sino un digno 3,0, adornando mi nota final, a ella la seguí añorando con una cobardía sublime y sé que al día de hoy es muy feliz con otra pareja. Mi recuerdo durmiendo a las 3 de la madrugada en la biblioteca de la universidad, envuelto en un saco de dormir y mecateando las papas fritas que traía escondidas su acompañante, es aún uno de los más gratos que tengo de mi paso por la universidad.

1 comentario:

  1. Jajajaja confesiones personales...
    Excelente ritmo narrativo, eso que antes llamábamos prosa.

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