miércoles, 16 de septiembre de 2020

La Escuelita de Natalia Restrepo Restrepo

Este cuento trata de cómo me encontré a unas amigas encerradas en un closet con unos alemanes, en una casa prestada, en Medellín, a las tres de la mañana, el día de la celebración de mi cumpleaños número 20.

No, no, no, este cuento trata es de cómo en la feria de San Alejo de Medellín, el sábado 6 de noviembre de 1993, en la tarde, dos alemanes se acercaron al puesto donde misamigas y yo vendíamos grabados, dibujos y papel artesanal a los “gringos” que visitaban el país antes de que se jodiera del todo.

No, no, esperen, este cuento trata es de cómo una de mis amigas, furiosa conmigo por ser tan amigable, me dijo que no invitara desconocidos a mi fiesta de cumpleaños esa noche. Y trata de cómo dos chicas, una cercana a la escuela de Artes y otra estudiante de la misma, terminaron recorriendo el pacífico colombiano en compañía de dos extranjeros y una de ellas terminó viviendo en Baden Baden en la Selva Negra, en Alemania.

No, déjenme intentarlo una vez más, la última, este cuento trata es de La Escuelita, un antiguo espacio detrás de donde ahora es el Ágora, un espacio a manera de casita-finca que tenía un taller de grabado, un taller de dibujo, un taller de papel hecho a mano y un patio central donde los estudiantes de Artes hacíamos nuestras exhibiciones y donde el olor de la tinta gráfica y del tinto negro se fundían en uno solo.

Una casita en la que mis amigas y yo amanecíamos haciendo papel y grabado, donde pasábamos días esperando a que el ácido muriático mordiera las placas de cobre para inmortalizar nuestros dibujos, mientras licuábamos pulpa de papel con hojas y flores secas y poníamos al aire papeles del tamaño de una sabana para estampar en ellos nuestras propias versiones de exotismo y venderlas el primer sábado de cada mes en la feria de San Alejo, a los habitantes del primer mundo, que nos hacían creer, que ser artista era posible.

La Escuelita fue nuestra cápsula del tiempo, nuestra apuesta de destino, un lugar en el que las horas se pasaban lentas esperando el momento mágico de timonear nuestros barcos en tierra, de hacer mover entre varios los rodillos de las prensas de grabado para ver nuestras estampas. Un lugar mágico y extravagante, lleno de artistas, humor negro, critico y refinado, humos de pielroja, lecturas de tarot, dibujos y proyecciones de la carta astral. Un lugar azaroso y divertido donde lo raro era norma y lo complejo era ley.

De La Escuelita salieron grabadoras que se encerraron en clósets con alemanes a las tres de las mañana, e ilustradores con italianas, gringos y gringas, franceses y magrebíes, pintores que escaparon a la madre patria y al paraíso Azteca, dibujantes que se refugiaron en las montañas y otros que prefirieron el mar, también artistas de oficio que nunca hallaron sosiego en ningún lugar y otros de los que nunca se supo
después de atravesar el horizonte.

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