Oh! Aun siento un escalofrío cada vez que me acuerdo de la primera vez que llegue a la Universidad Nacional. Recuerdo que mis padres siempre me habían hablado de ella, de sus amplias zonas verdes y de ese hermoso camino de árboles por el que tenía que pasar desde la entrada de Coca Cola. Era la prueba de admisión para la que tanto me había preparado, estaba nerviosa pero emocionada porque sería la próxima ingeniera de la familia. Me había inscrito para Ingeniería Biológica, y aunque no sabía muy bien de que se trataba la carrera ya me imaginaba haciendo grandes aportes en el ámbito de la investigación.
Sentía mi corazón agitado, soñaba con el día en el que el correo me anunciara que había sido admitida, no dejaba de pensar en que sería parte de la mejor universidad del país. Además, los diferentes colegas con los que podría compartir, pertenecer al equipo de baloncesto, las relajantes clases de yoga y todo los conocimientos que los profesores me podrían enseñar.
Se llegó el día, por fin pertenecía a este hermoso claustro, donde para mi sorpresa encontré compañeros de todos los rincones del país que, como yo tenían la ilusión de ser ingenieros algún día. Siempre amé nuestras interminables conversaciones acerca de los temas que más nos interesaban, los almuerzos en bienestar porque sin importar que estuviéramos haciendo siempre llegábamos allí y claro!, No podemos dejar de lado las jornadas completas en la biblioteca en las que sabíamos que tarde o temprano el problema tendría solución.
Estos años en la UNAL me enseñaron como ser una gran investigadora, por que allí en sus corredores, bibliotecas y salones de clase fue donde esa curiosidad por ir más allá se forjo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario