La tarde avanzaba estática cuando vio al ave posarse en la única ventana de su casa. En su barrio amontonado sobre una sola calle, bautizado en honor a los reptiles que solían habitar sus riveras, no era común ver caras desconocidas; ni siquiera de animales que bajaran del cerro para adentrarse en el estrecho caserío. Aburrido de la tarea escolar, bajó la escalera de la buhardilla que era su casa y siguió al ave singular entre las esquinas.
Tratando de darle alcance y con la suerte de quien no presta atención, cruzó la puerta custodiada de la universidad sin ser interrogado, percatándose de que no había estado allí antes. Siempre había visto una malla alrededor de la cual se detenía la ciudad para bordearla, y le daba la impresión de que custodiaba algún secreto importante.
La universidad se extendía a orillas del río, en la conjunción con la quebrada que bajaba con barrios a cuestas en su orilla. Allí en el pie de monte, donde la geografía reposaba entre el cerro y la hondonada del río, como un electrocardiograma que asciende y desciende dando aviso de que aún había vida natural en la urbanizada ciudad.
Recuperando la vista del ave, percibió cómo se transformaba el ambiente a su alrededor; del vertiginoso tráfico y el calor acentuado del final de la tarde, de repente pudo escuchar el sonido de sus pasos sobre el andén y no vio más su sombra que se perdía en el abrazo refrescante de los árboles. Giró sobre sus pies y vio edificios aparecer entre la masa verde, y grupos de personas que caminaban hacia sus puertas como fieles acudiendo a la homilía. Entre las cabezas de los estudiantes vio al ave posarse en uno de los árboles, dejándose admirar unos instantes.
Al acercarse voló lejos, y se vio a sí mismo recorriendo edificios enumerados tan distintos y entre aulas y pasillos, entendió que un tipo de conocimiento mítico y poderoso se impartía en esa escuela. Hablaban de aves y de sus rutas de vuelo, de casas en árboles, del control de las aguas del río, de historias de héroes y antiguos pueblos, de arte, de la domesticación y hasta de la dirección del viento que bajaba del cerro.
Incrédulo y apresurado por el sol que se escondía, salió a la arboleda y finalmente vio al ave junto a una familia de bambúes. Distraído en la penumbra vegetal levantó sus ojos y se halló
en la presencia de gigantes de piedra; hombres y mujeres desnudos que junto a animales gesticulaban petrificados. En presencia de estos guardianes, leyó en voz alta “Guardiana de la vorágine y la selva, el grito de vientos y tempestades, la furia del trópico y el retorno solemne del hombre y la mujer”
En esa pequeña selva aparecían esos fantasmas olvidados que debían habitar estas tierras hace siglos. Sintió emerger de las raíces de la tierra los mitos abandonados por una ciudad que apagaba los gritos de la selva, el cerro y el viento y conmocionado echó a correr buscando la salida. Al cruzar los muros que debían traerlo a salvo a la ciudad, supo que debía regresar a la universidad.
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