Ese año, su nieta comenzaba el primer semestre en la Universidad y él, su abuelo, recordaba con cariño aquella facultad que había sido cuna de sus conocimientos en ingeniería. Emocionado entró con su nieta por la portería de Cola-Cola, pero se separaron rápidamente. Ella porque debía entregar unos papeles, él porque quería recorrer de nuevo el lugar. Atravesó la universidad hasta llegar a un hermoso guayaquil. Bajo el árbol y mirándolo hacia su copa sintió caer sobre si, el rosa de sus flores desprendiéndose debido al viento. La cortina rosa le causó extrañez, pero aún más, el ahora inexistente camino por el que había llegado hasta allí. Queriendo encontrar alguna respuesta se regresó sobre sus pasos, pasando primero por la biblioteca se encontró con un edificio antiguo y colorido. Al ver esta edificación se sorprendió de lo poco que se parecía a la estructura que había visto minutos antes al pasar por allí. Recordando como sus compañeros y él fueron verdaderos ratones de biblioteca, se cuestionaba cómo habían cambiado las cosas tan de repente. El bloque 46 parecía recién construido, con sus ladrillos cocidos y sus puertas de madera, cerró sus ojos y sintió otra vez el aroma a nuevo; subió por sus escaleras y desde uno de sus balcones divisó hacia el oriente las letra de -Coltejer- panorama tan idéntico que veía cuando iba a sus clases de 6 de la mañana, pero que le alegraba vivirlo una vez más; en el primer piso releyó aquel estribillo que adornaba las paredes, “el pueblo unido jamás será vencido”, bloque en el cual se realizaban las asambleas. Pasó así al bloque de la facultad de arquitectura, lugar amplio y espacioso, siempre le dio la seguridad de que allí nadie interrumpiría las horas de estudio con sus amigos, sin duda, lo que más le gustaba de éste eran las mesas de dibujo de aquellos futuros arquitectos.
El bloque 21 estaba construido en ladrillos grises, caminó por el primer piso, donde funcionaba el gran computador IBM, una buena adquisición para la universidad y motivo de gracia por su tamaño, ya que jocosamente entre estudiantes se decía que cuando se prendía, se iba la luz en todo Medellín.
La cafetería central era de sólo un nivel. El tinto, luego de clase de 6 am, era una de las cosas que más esperaba en las mañanas y tanto disfrutaba en esta cafetería, pero verla de nuevo le trajo el recuerdo del guanabacol, el único
vendedor que le permitían entrar y vender su juego de guanaba, bebida que siempre venia con la conversación de su propietario y sus historias del ejército.
Regresando de nuevo hacia el guayaquil disfrutó una vez más del paisaje, pensando que todos sus recuerdos y los de muchos otros eran las voces impresas en sus bloques, caminos e incluso en el rosa guayaquil que les seguirían diciendo que esta sería siempre su alma mater.
Camine ,soñé , recordé y sonreí , muchas gracias
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