jueves, 10 de septiembre de 2020
Pañuelos para llorar después de bordar de Carlos Andrés Cardona Molina
Hace un par de años, visitando la Universidad observé a tres mujeres entregadas a ciertos oficios de bordado y costura a la mejor manera de la inquebrantable Penélope. Me acerqué a ellas con empeño interrogativo pues había además un tendedero dispuesto de blancos paños con llamativas inscripciones en un destacado hilo color escarlata y una letra casi finamente cursiva; al notar la impresión de curiosidad en mi rostro una de las mujeres suspendió sus cuidadosas puntadas y me sonrió. No necesité preguntar de que se trataba ya que, la mujer creyó interpretar mi mirada y se aprestó a responder por adelantado algo acerca de lo que ella sospechaba, yo estaría a punto de indagar. -Conmemoración, memoria, presencia, recitó con una de esas agrietadas voces que evidencian la infinita e indignada ira contra la crueldad y la injusticia, se trata de no olvidar y resistir, -agregó-, en cada uno de esos pañuelos están plasmamos los nombres de muchos activistas de derechos, así como también de numerosos líderes sociales desaparecidos o asesinados.
La tímida sonrisa con la que yo en ese instante respondía al gesto igualmente sonriente de aquella mujer de nostálgico mirar, cambió de pronto por un semblante de estupefacción y trágica sorpresa. Creí desplomarme, un sentimiento de ahogo y tristeza como jamás había sentido me embargo de súbito, el asomo sutil de hondas y aun discretas lágrimas alcanzaron a evidenciar un poco ese dolor incompresible que sintió en ese momento mi alma.
Al notar mi aflicción y angustia inmediatamente ella me recogió en un abrazo emotivamente entrañable, lleno de vigor y ánimo. Éramos dos extraños sumidos en una suerte de manifestación de lamento al mismo tiempo que de alivio y consuelo. Supondría ella quizás, una perdida familiar mía o de alguien asociado a mis principales afectos en alguno de esos macabros y desalmados hechos y que, a ello obedecería tal vez, mi evidente consternación y el inminente cambio de una sonrisa por dos lágrimas.
Sentí más tarde la necesidad de compartir eso que había obrado tan tristemente en mí. Busqué a mi hermana, comencé antes que nada por tratar de explicarle la sensación de vacío y zozobra experimentada. ¿Sabes? nunca había advertido un efecto tan devastador y extraño a raíz de la muerte de personas que no conocía y, ni siquiera aún, por la pérdida de aquellas que sí.
Le narraría después lo siguiente: …de repente, esta mujer se levantó muy conmovida y se me precipitó en un compasivo y fraternal abrazo, pensaría en alivianarme por ese instante, un dolor grande que ella supondría, residía en una casual relación entre alguno de esos nombres y alguien de la familia o de aquellos que forman parte de nuestros grandes apegos. Tú sabes que milagrosamente, no hemos tenido ninguna perdida de semejante daño y vileza; por eso no me explico el motivo por el cual me estremecí de ese modo. Te equivocas, respondió mi hermana con firme y categórico tono, pues ellos, aunque no muy cercanos, también son nuestros muertos.
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Es un sentimiento que hemos compartido todos aquellos que aun sin ser partícipes, vemos con estupor y dolor como el valor de la vida y del pensar diferente se ha convertido en un objetivo militar de un lado o de otro
ResponderEliminarMuy bello tu cuento!
ResponderEliminarMe gusto mucho, felicitaciones!!
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