jueves, 3 de septiembre de 2020

De noche todos los gatos son pardos de Oscar David Rojas

Bajo un cielo en el que pocos muy pocos laboraban tenían que juntarse dos foráneos, ajenos a esa ciudad, o a esos tiempos o a ese bloque, pero propios a esos tiempos tal parece. Fue en una historia festiva que ocurrió junto a las estrellas de una noche pintada de Octubre. Noche que prometía trancones de retorno. Noche que de llevar en el campus avisaba un largo día dentro de él. En esta noche hubo solo un par de ojos qué contar, ojos conocidos, los de Él y los de Ella.

A él le temblaban las piernas, los ojos, el maletín. Sonreía descalzo de tanto querer estarlo, en la cama, descansado, pero andaba despacio pues sabía que extenso era el camino al reposo. El camino le llamaba vacilante. Habría sido preciso que cualquier cosa, otra cosa le sorprendiera… Y con ello pasó Ella.

Eran sus rostros ya similares de algún lado, pues era un chico pareja de Ella y el chico un amigo de Él. Se saludaron luego de juntarse. Se miraban con algo de angustia o algo de desgaste, pero se acompañaron sin expresar razones. Sobraban las historias de días festivos como ese, y eso se dispusieron a hacer, porque nada faltaba o nada más se quería, quizá, sin saber.

Se marchaban de las otras cosas caminando, sueltos por un puente aéreo de guaduales cortos y obscuros. Ya ni la luna podría contar entera la historia. Habló ella de lamentos que solo un arquitecto podría entender, y el habló de los problemas que su pulmón le dejó contar. Ambos hablaron de nunca, de tiempos pasados tal vez mejores, dándose esperanzas entre risas y penas. Era el tormenta y ella tormento.

Se hizo la luz junto al Bloque central y frente a una rampa se retaron trepar a momentos más elevados. Lo hizo él y la ayudó luego. Se recostaron junto a las tantas sombras de luz, mirando al cielo, acordando llegar a prosperidades, a planes de fe. Acuerdos de no rendirse, pues solo los árboles esperan y las mujeres como ella, sí que volaban. Se sintieron juntos, por sus brazos y manos ajuntados pero no tomados, y las noches siguientes o el concreto mismo quedaron en el anhelo de una conexión más pícara.

Sabía él que el chico a ella la quería, que después de esa noche debía curarse de ella. Sin embargo, sabía ella que injustos eran los motivos para al chico querer. La oportunidad de hablar sobre el futuro, no fue ese día, ni uno que viniera remotamente después. Fueron suerteros ellos y esa noche en particular. Nada después de eso se volvieron a decir. Luego a través de ellos, ajenos ojos no volvieron a mirar.

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