jueves, 24 de septiembre de 2020

Metros de altura de José David Padilla Carvajal

Qué día hace unos años iba yo en el metro hacia la universidad. La noche anterior estaba solo y me comí unas sardinas viejas que vi en un rinconcito junto a unos maicitos. Estando en medio de ese vagón no podía ahora dejar de pensar que me había convertido en una de esas sardinas: empaquetado a las malas en un espacio diminuto. Había gente sobre la gente. A mi izquierda tenía a un hombre que claramente estaba en una relación con la mujer a mi derecha. Podía notarse que estaban juntos por la forma en que se miraban, aunque el largo silencio indicaba una extrañeza. Al llegar a suramericana me bajé y conmigo se vino la chica en cuestión, que se quedó parada en la plataforma mirando como su pareja se iba. No hubo un gesto de despedida ni una palabra para el adiós, pero pronto el metro hablaría por ellos. Verla allí inmóvil me recordó a una de las escenas iniciales de 7 años en el Tíbet cuando Brad Pitt abarca el tren para emprender su viaje a la escalada y su esposa queda allí plantada. Quise pensar que ese hombre que hace menos de un minuto tenia su pecho postrado en mi hombro se dirigía rumbo a una montaña, a una de esas cimas donde no llega un corazón completo.

Atravesando la portería de la 65 de la universidad recibí un mensaje de quien por aquel entonces era mi pareja diciéndome que mejor “dejáramos así lo nuestro”. ¿Qué diferencia había ahora entre la mujer del metro y yo? Ninguna. Entendí entonces su mudez. No se tienen palabras para lo que no puede ser dicho. Pero más allá de eso, ¿por qué no podría ser yo en realidad el hombre dentro del vagón, el alpinista envalentonado? En ese momento me sentí como ambos. Terminé faltando a clases y emprendí una caminata por la universidad que concluiría llevándome a la montañita cerca a las piscinas y el gimnasio al aire libre. Se pregunta uno en esos momentos de la vida qué será el después, ignorando ciertamente que nunca se deja de vivir el ahora. Estando ahí parado, viendo la universidad en corta panorámica, me sentí en mi Tíbet. Años después, en ese mismo pedacito de tierra elevado, conocería a la mujer con la que me casaría.


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