jueves, 24 de septiembre de 2020

Se busca de Juan Manuel Zapata Uribe

Era un día normal. Yo me dirigí al Bloque 50A para pedir una cita médica. Llegué al mostrador de la oficina y él era la única persona en la fila. No supe si se dio cuenta de que lo observaba con insistencia. Aunque no lo conocía, su figura me atrajo inmediatamente. Las cosas fluyeron y, como es lo más natural para dos desconocidos que se topan por azar, nos separamos. No presté mucha atención a ese flechazo momentáneo, como tantos otros que le ocurren a uno en cualquier parte. Es que a veces no caemos en cuenta de toda la gente que hay en la universidad, en la ciudad, en el mundo; de que nuestros pasos se cruzan, sin tocarse, con los pasos de otros. Hasta que, entre esa multitud que anda por el espacio sin rumbo aparente, un individuo destaca por ser conocido, excéntrico o atractivo.

El destino habría de reencontrarnos. Cuando en la tarde volví al 24 para una clase, tras subir las escalinatas, mientras yo entraba por las puertas vidrieras él salía. A través del cristal nuestras miradas se cruzaron un instante, que por ser fugaz no dejó de ser suficiente para que yo pudiera, sin jamás haberlos visto, reconocer sus ojos, acompañados por el bello perfil de su rostro y unos labios que sonreían. Sonreí yo también, quizá sorprendido por las locuras de la vida. Bajó las escalinatas, caminó por el sendero que lleva al 46 y se perdió para siempre. Yo, con el corazón aún atento, guardé por un momento la esperanza; me decía: quizá lo encuentres de nuevo algún día, cuando por azar o destino regrese a este edificio. Y me resigné a esperarlo, y a perderlo.

Nunca supe si era para mí su sonrisa. Sólo espero que lea este cuento, me reconozca y me lo diga.

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