lunes, 10 de agosto de 2020

El cruento Adiós de Carlos Daniel Corredor Salcedo

Eran las 6 de la mañana de un día cualquiera. Inoportuna pandemia, susurraba mi Hyde mientras bebía una taza de café. Pensaba en lo inhumano que es tener herida el alma al saber que la realidad había permeado mis últimas vivencias en casa. Así que, para remediar mis dolores, contacté a un viejo hermano y recreé los instantes borgianos que había alimentado mi vida.

 

Y no hubo más reparo que adentrarnos en los recuerdos. Analizamos a cabalidad las lluvias, los soles y los olores que emanaban las huelgas; mi cuerpo revestido de nostalgia remembraba la actitud competitiva de mis facultades humanas en mi facultad, a colación llegaban los balones perdidos y la lujuria del gol al romper al rival en las canchas de casa, que siempre quedarán en mí.

 

Y recordamos los rincones que nos hacían ser un patrimonio. Tanto fue, que cerrando los ojos y transportándome a sus vísceras, olvidé todo mal y peligro al que estaba sometido; sentado en un Ágora meditabunda en extrema soledad; le agradecí a la vida por haberme permitido volar entre guaduas, cotorrear en las escalas, correr en búsqueda de mis superiores, parquear mis sueños en silencio y gritar por mis derechos. Yo diría con total seguridad hermano, que el tiempo nos hace crecer de una manera insólita, pero no con ese mismo porcentaje; podría asegurar que uno se despide de las cosas que lo hicieron feliz.

 

Al terminar la taza de café y al dejar a un lado mi aparato electrónico, me levanté a seguir viviendo.

1 comentario:

  1. ¡Qué bueno y qué necesario es recordar! Sumergirse en sus propios pensamientos y abandonar el mundo por un momento, habitando el del recuerdo.

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