viernes, 7 de agosto de 2020

Eterna divagación de Sara Sofía Reyes Villamil

Me recuesto un rato en el pasto, con el sol directo a mi piel y siento, siento mi respiración, siento como mi piel se hace cada vez más morena, siento la picazón del pasto rosando mis piernas descubiertas, siento como mis ojos se cargan de lágrimas basales por la mirada fija al sol, como el viento alza mi falda sin descanso alguno a pesar de mi bisar esfuerzo en dejarla quieta, desisto y la dejo bailar al compás de la brisa abarrotada de contaminación, ponzoñoso aire de mi Medellín alegre, querida y perfecta ciudad; retomo mi respiración y le doy el paso al vacío, suelto la tensión del vivir, tensión de la soga en mi cuello que me ha otorgado esta vida ingrata; en medio del ruido divago en mi mente y logro desatar el nudo gordiano que se genera por el actuar de este lugar, la inagotable presión de ser calificada por un número se roba mis pensamientos diarios, ser un número, dichosa sería de ser un número, sería perfecta, podría ser irracional, racional, imaginaria, natural, real, entera; desgraciadamente no soy un número, soy una persona y lo único que espero con estar aquí es llegar a ser alguien, pero ¿Qué es ser alguien?.

La brisa trae a mi nariz olor a marihuana soltados por bocas quienes descansan del vivir, mis oídos focalizan risas, conversaciones triviales y trascendentales, oyen las diferentes ágoras de conocimiento que se forman; en medio del bullicio soy silencio otorgo mutismo a este lugar. Este lugar, donde estudiantes iluminados vagamente por la luna, cubiertos por un abrigo etílico y acogidos por el epicentro universal del
conocimiento reflejan la sociedad, un pequeño espejo donde me veo sumergida cada día, obligada a ver el desasosiego de la civilización, el agua no está turbia y no soy ciega; no soy un número ni ciega, por eso siento y siento dolor, el mejor síntoma de saber que estoy aquí y no naufraga en mi mente; este espejo también muestra el brillo de almas fuertes que luchan a papel y lápiz por un mundo mejor, todos ellos son mi esperanza de un cambio.La deconstrucción del ser que formamos en nuestra vida universitaria es la construcción de una nueva sociedad, un metamorfismo individual y de la vida en su totalidad.

Entre tanto divagar, saco el celular del bolsillo, ya es hora; camino, llego a humanas, compro mi dosis de nicotina y cafeína, perfectas para comenzar el día. Camino y pienso, respiro y existo soy mendiga que vaga de bloque en bloque, del volador al rio, entre profesores y estudiantes, rodeada de vida, en el arcoíris de energía soy un agujero negro, entre tanta compañía me siento sola, tanta tinta vomitada por mis lapiceros, tantas palabras escritas y ninguna oración me dice quién soy, solo me dan la promesa un seré.

Las largas caminatas por el campus me dan espacio para reconocerme; la afanada ansiedad de conocer la otredad evita el paso a la anhelada mismidad, comparto y vivo con otros, pero ¿Quién me conoce? ¿Quién soy? ¿Quién seré? No lo sé, pero las respuestas las encontraré en este lugar.

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